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jueves, 25 de septiembre de 2008

Entrevista

¿Cómo y cuándo hablar con los chicos sobre la trata de personas?

-por Eva Giberti-


Hoy se recuerda en Argentina el Día contra la Explotación Sexual, fecha inspirada en una ley de Alfredo Palacios creada en Argentina en 1913. Fue la primera formulación legislativa en el continente contra la prostitución de mujeres y niñas. La elección de esa fecha fue el resultado de la gestión que, en 1996, llevaron a cabo Zoraida Ramírez Rodríguez, por la Coalición contra el Tráfico de Mujeres, y Atilio Alvarez, entonces presidente del Consejo del Menor y la Familia. En estos días, se registra una interesante apertura de preguntas sobre el tema por parte de niños y niñas, estimulados por lo que ven y escuchan en los medios. Entonces, ¿cómo les vamos a explicar de qué hablamos cuando mencionamos la trata de personas si el delito se confunde con explotación sexual y con abuso, todo mezclado con violaciones y con pornografía llamada “infantil”?

Si ensayamos un lenguaje elemental, descontamos que los chicos entienden de qué hablamos cuando mencionamos la esclavitud; el cine ha mostrado esclavos en centenares de películas. Ahora tenemos que explicarles la esclavitud de la trata. Se secuestran niñas cuando tienen 12 o 13 años, o se las engaña con promesas de trabajo en tevé o en otras ocupaciones. Ellas aceptan la invitación de un señor o de una señora que “les merece confianza”. A partir de allí las encierran, las golpean, las violan y no les permiten salir, ni utilizar su nombre, ni conectarse con sus familias; sólo pueden hacer aquello que se les manda: recibir hombres para tener relaciones sexuales contra su voluntad. Esos hombres le pagan a la persona que las secuestró o engañó y vive del dinero que le producen los actos sexuales que esas esclavas están obligadas a realizar. Se llaman rufianes o tratantes. Los chicos preguntan rápidamente: “¿Esas chicas no ven a otra gente que las puedan ayudar?”. Ven a los clientes o usuarios. Son los hombres que pagan para utilizar el cuerpo de esas adolescentes, para disfrutar al humillarlas y obligarlas a tener relaciones sexuales. Los clientes y los rufianes forman parte de la misma familia. Uno, el cliente, paga por violar a la adolescente; el otro, el rufián, se gana la vida manteniendo a esa esclava con vida, mientras le sirva.

La pregunta adulta es siempre la misma: “¿A qué edad empiezo a explicarle estas cosas?”. La respuesta también se reitera: cuando lo crea conveniente. Pero diferencie entre las muchachitas explotadas sexualmente que cualquiera puede reconocer en la calle, instaladas en su “parada” esperando al cliente, de las que están encerradas en whisquerías y prostíbulos. Ambas son esclavas, pero las víctimas de explotación sexual no están encerradas como la mayoría de las víctimas de trata. Pudo suceder que en su familia le hayan explicado que ella puede “trabajar” con hombres y las vigilen desde una esquina cercana. En un primer momento se asustan, rechazan las prácticas que se les imponen hasta que comprueban que de ese modo ganan dinero, el que deberán entregar a quien las introdujo en la actividad. Con cierta frecuencia ha sido el progenitor quien se ocupó inicialmente de violarlas.

Explicarles esta índole de realidades a niños y niñas inicia el camino hacia el esclarecimiento que precisarán siendo adultos. Para no jactarse de ser clientes, para no asumir que existen mujeres que “sirven para eso”, afirmación que parte tanto de bocas femeninas cuanto masculinas, para recordar que siendo niños imaginaban que alguien debía salvarlas. Empecemos por incorporar a otros púberes, a otros niños y adolescentes, en el territorio de aquello que es preciso conocer para prever la multiplicación del delito y para decidirse a combatirlo.

Fuente: Página/12, pág. 23/09/08 - Eva Giberti

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